Bretaña nos ha enamorado. Tierra de mar. Y de leyendas. De música celta. Y de antiguos paisajes. De buena gente. Y de tradiciones. De Bretaña nos ha gustado todo o casi todo. Pero si tendríamos que elegir 5 pueblos de Bretaña que nos han enamorado, a parte de tenerlo muy difícil, podríamos quedarnos con estos. O no. De todos modos, ahí va nuestro top 5: Vannes, Auray, Malestroit, Rochefort en Terre y Dinan.
Vannes. La puerta a Bretaña
Llegamos a Vannes, capital de Morbihan, en nuestro tercer día de ruta procedentes de Nantes. Como aún es pronto para hacer el checkin en nuestro hotel, decidimos acercarnos hasta la oficina de turismo situada en el puerto. Nos cuesta bastante buscar un sitio donde aparcar. Al final conseguimos sitio en un parking algo alejado del puerto. Pero es gratis. No hay que pagar!.
En la oficina turismo recogemos información y mapa de Vannes con dos recorridos marcados y nos vamos al hotel. Hora de hacer el checkin y ver qué habitación nos ha tocado.
Con mi “parle vu español” abordo al recepcionista. “No”, me dice. Pues nada, habrá que tirar de la lengua de Shakespeare. Menos mal que su inglés es tan básico como el mío que hasta nos entendemos!!. Las clases de la Escuela de Idiomas parece que dan sus frutos!!.
Metemos el coche en el parking y subimos a la habitación. No está mal. Amplia. Ducha y lavabo separado del WC. Buen invento!. Cama aparentemente cómoda. Ni rastro de almohadas. En su lugar dos almohadones. Veremos cómo nos arreglamos a la noche.
Mapa en mano nos vamos al centro de Vannes. Andando desde el hotel. Estamos a menos de cinco minutos. Comenzamos el recorrido en la plaza Gambetta, a rebosar de gente. Empezamos a ver las casas medievales con sus típicos entramados de madera. Acabamos de llegar y no sé ya las fotos que hemos hecho!. Cruzamos la puerta de St. Vicent.
Un cafecito?. Entramos en una cafetería de las que hay al comienzo de la rue St. Vicent. Saludamos con un “bonyú” y “parle vu español?”. “an petit”, me dice. Suficiente para que me entienda que queremos “due café olé, pero petit and due de éstos (pastelitos)” (qué importante es saber idiomas!!). Y nos lo sirven todo junto con un par de coloridos macarons, cortesía de la casa. Nuestra primera vez con un macarons, el dulce típico de la zona. Para sorpresa nuestra el café está buenísimo. (Quién dijo que en Francia no se podía pedir café?. En Bretaña, al menos, sí) y los macarons son el remate final al café.
Salimos del lugar comentando las excelencias del café que nos acabamos de tomar. Y continuamos calle arriba en busca de una de las casas más antiguas de Vannes. Tiene que ser fácil encontrarla. En un ángulo de la casa hay esculpidos la cara de dos personajes. Son Vannes y su mujer.
Dicen que probablemente éste sea uno de los carteles más antiguos de Bretaña. Y dicen que su aspecto regordete y el tamaño de la casa hacen pensar que estemos ante una posada del siglo XVI. Da un poco de vértigo pensar que lleven ahí, vigilando Vannes, cinco siglos!!.
Continuamos callejeando siguiendo la ruta marcada en el mapa. Cada dos pasos nos paramos a contemplar las casas, con sus listones pintados en diferentes colores.
En mis apuntes llevo que en la rue de St. Salomon, en el número 13 está la que llaman “casa de los leones”. Calle por aquí. Calle por allá. Media vuelta. Por aquí ya hemos pasado. Pero al final la encontramos.Yo me esperaba dos pedazos de leones en la entrada….Y están. Pero no como los imaginaba.
Dejamos el mapa de lado y nos enredamos entre calles y callejuelas. Vamos a terminar con tortícolis de tanto mirar hacia arriba!.
Por el camino nos tropezamos con la catedral de Saint Pierre. Por supuesto entramos a visitarla. Nos resulta curioso ver cómo los bancos han sido sustituidos por sillas. Dentro de la catedral se guardan las reliquias de San Vicente Ferrer. No. No es el Vicente Ferrer filántropo, ex jesuita y fundador de la ONG Fundación Vicente Ferrer nacido en Barcelona en 1920. Este, el de Vannes, nació en Valencia algunos años antes, en 1350 y aunque compartía su devoción por los hábitos este lo hizo a través de la orden de los dominicos.
De la catedral tomamos una calle que nos saca por una de las puertas de la ciudad y que nos lleva a unos jardines, a un trozo de muralla, a unos lavaderos, a una torre…. No sé porque extraño motivo me viene a la memoria Alicia en el País de las maravillas.
Recorremos tranquilamente el Jardín de Remparts, que así se llama. Todo está en perfecto orden y armonía. Todo cuidadísimo. Todo simétrico.
Atravesamos los jardines y volvemos a entrar de nuevo en el Vannes medieval por otra de las puertas de la ciudad. A estas alturas ya no sé en que parte de Vannes estamos.
Es hora de buscar algo para comer o algún sitio donde nos den de comer. Los bretones, como la mayoría de los europeos, a las 13.00 están ya casi con el cafecito y la sobremesa.
Un consejo. O mejor, una súplica. Si alguna vez visitáis Vannes no dejéis de ir a comer o cenar al restaurante Les Remparts. En alguna página de internet vi que lo aconsejaban y decidimos probarlo en nuestra última noche en Vanes. La carta esa noche era escasa. Escasísima. Estaba en francés. El camarero no sabía cómo explicarnos lo que había. Varios menús que por lo visto no estaba disponibles. Aquello no pintaba nada bien. Al final, el hombre decidió traernos un pizarrón con lo que había (pensaría que al verlo más grande nos enteraríamos mejor). Resultó que sólo había un primero, un segundo y un par de postres. Me aseguré que el segundo era pescado y nos lanzamos a probarla. Así, a lo loco!!. Y resultó ser una de las mejores experiencias culinarias. De diez!!.
Un punto y final perfecto para terminar nuestra visita a Vannes.
Auray – An Alre y su puerto medieval
A Auray, situada en el Golfo de Morbihan, llegamos a primera hora de la tarde. Dejamos el coche en un parking público y gratis en la parte alta del pueblo, al parecer la zona más “moderna”, y buscamos la oficina de turismo. Está situada en una antigua capilla. Nos atiende en castellano una chica que nos da un mapa de Auray y folletito con la historia y los sitios más interesantes que visitar en Auray.
Pero nosotros lo que queremos es conocer y visitar el puerto medieval de Saint Goustan. Así que mapa en mano y con algo de intuición acabamos en un mirador desde el que tenemos una primera vista del puerto. Y qué vista.!!.
Y encima tengo un banco donde poder sentarnos a contemplar semejante maravilla!!. Yo aquí me quedo!. El puerto y sus casas con entramados de madera siguen prácticamente igual desde el siglo XV. Lo único que hace pensar que estamos en el siglo XXI es la cantidad de terrazas que hay en la plaza.
Cruzamos el rio Loc´h a través de su puente medieval del siglo XIII para llegar hasta el puerto. Es pequeñito. Algunos barcos están amarrados. Hay un plaza, pequeña también, rodeada de las típicas casas del medievo bretón.
Decidimos sumergirnos en las callejuelas que hay alrededor del puerto. Se que en una de ellas está la estatua de Saint Goustan. Pero hay tanto rincón precioso para fotografiar que para cuando nos queremos dar cuenta hemos llegado hasta las dos iglesias situadas en los alto.Y de Saint Goustan ni rastro.
Una de ellas es una pequeña capilla. Está cerrada y no podemos ver cómo es por dentro. Justo al lado de ella está la iglesia de St. Sauveur, del siglo XV. Esta última si que está abierta así que entramos a echar un vistazo.
Todo lo que sube baja. Regresamos al puerto. Elegimos una calle y la bajamos. Mientras la recorremos nos vamos encontrando con diferentes talleres artesanales.
Terminamos en el muelle de Benjamin Franklin, llamado así en honor al descubridor del pararrayos. Al parecer, en 1716 yendo de camino a Nantes tuvo que desembarcar en Auray por la mala climatología y alojarse en una de sus casas hasta que pudo emprender el viaje.
Nosotros, al igual que él, también decidimos hacer un alto en nuestra visita a Auray. Nos sentamos en una de las terrazas que hay en el muelle a tomarnos sendas coca-colas. Nos clavan 6 eurazos, pero la vista bien merece el derroche!.
La tarde avanza y aún hay que seguir viendo más lugares de Bretaña. Dejamos Auray y su puerto.
Malestroit – Malastred
Maletroid es uno de los pueblos floridos que hemos visitado en Bretaña y que tiene la etiqueta turística de “Pequeña ciudad de carácter”.
A Malestroid llegamos a media mañana. Cerca ya de la hora de comer de los bretones. Aparcamos gratis en una plaza cerca de la calle principal de entrada a Malestroid y muy próximos a un Carrefur. El sitio, así, a primera vista, no parecía prometer mucho. Pero nos equivocábamos de cabo a rabo!!.
Probablemente sea una de las entradas a un pueblo más bonitas que hayamos visto en este viaje. Es una pequeña calle que acaba en la Plaza del Bouffay rodeada de casas medievales de piedra y los típicos entramados de madera, con tejados a dos aguas. Y flores. Por todos lados. Espectacular!.
Buscamos la casa de “La cerda que se larga” (La truie qui file). Es una casa que está llena de figurillas. Durante un buen rato nos entretenemos buscando a una cerda y su rueca y a un conejo tocando la gaita. Bretona, por supuesto!.
Allí mismo, en la plaza, está también la iglesia de Saint Guilles. Nos llama la atención su puerta roja y lo adornada con flores que está la entrada. Inevitable no entrar a ver su interior!.
Y nos llevamos una grata sorpresa!. Dentro de la iglesia hay folletos con información en castellano. Todo un detalle!. Así que nos tiramos un buen rato descubriendo todo lo que tiene esta iglesia. Entre otros, unos murales en el techo con motivos orientales, únicos en Bretaña, y que datan de la época de las Cruzadas. Ahí es nada!.
Salimos de la iglesia con la intención de buscar un sitio para comer. Esta vez nos hemos agenciado algo de embutido, un poco de queso, una ensalada, un par de tiramisus y pan. Cerca está el canal que une Brest y Nantes. Lo buscamos. Tampoco es tan grande Malestroit como para no encontrarlo. Y enseguida localizamos el puente, florido por supuesto, que lo atraviesa.
A un lado del puente vemos una mesas donde poder comer. Pero no vemos el modo de llegar a ellas si no es buscando otro acceso. Por el puente, imposible. Nos quedamos a este lado del río Oust e improvisamos un picnic a orillas del canal, resguardados a la sombra, que Lorenzo anda con ganas de calentar!. Dónde había leído yo que Bretaña llovía mucho?.
Descansados y con el estómago lleno continuamos nuestra ruta por Bretaña.
Rochefort en Terre. Olor a jabón, cruassant y garrapiñadas.
Con un nombre así, Rochefort, lo que menos esperas es que al llegar al pueblo huelas a jabonetas, a cruassants y a garrapiñadas. Pero a esto es a lo que huele Rochefort. O al menos, esa tarde, esos fueron los olores que nos acompañaron visitando sus calles.
Llegamos a media tarde, cuando los turistas empiezan a irse poco a poco. Aparcamos a las afueras, en unos parkings habilitados. Dentro del pueblo no se puede entrar con coche. 2 euros pagamos por estar cuatro horas visitándolo. Y como no podía ser de otro modo, Rochefort en Terre ostenta las etiquetas de “Pequeña ciudad con caracter” y la de “Pueblo más bello de Francia”.
Como en todos los que hemos visitado, lo primero que hicimos fue acercarnos a la oficina de turismo, situada en la Place des Halles. Un callejero minúsculo con lo más importante y para la calle. Con lo bonito que son estos pueblos y lo poco que los “venden” desde la oficina de turismo…
Pasear por Rochefort en Terre es como estar dentro algún cuento de los hermanos Grim. Todo el pueblo está adornado con flores. Flores de mil colores por todas partes. Callejuelas adoquinadas. Rótulos colgando perfectamente armonizados con el restos del decorado. Casas medievales de piedra con sus tejados de pizarra. Todo ello hace que te sientas como metido en un cuento…si no sería por los turistas que deambulamos de un lado a otro.
Y mientras paseamos nos llega un olor a garrapiñadas. En Rochefort en Terre no sólo hay flores. A lo largo del recorrido vemos pequeñas tiendas, algunas con su propia fábrica donde se hacen diferentes garrapiñadas artesanales. En un foro aconsejaban probar las avellanas garrapiñadas. Encontramos uno de estos pequeños talleres cerca de la oficina turismo y entramos a compra un bolsa de ellas. La chica que atiende nos da a probar otro tipo de garrapiñadas. Pero tenemos claro a lo que vamos.
Y continuamos recorriendo Rochefort mientras comemos las avellanas garrapiñadas. En la Place du Puits están las casas más antiguas, las de los siglos XVI y XVII. Y el pozo. Como todo pueblo bretón que se precie en mitad de la plaza ha de haber un pozo. Y adornado con flores. Por supuesto!.
La bolsa de avellanas desciende vertiginosamente. Nosotros nos acercamos hasta la Colegiata de Notre Dame de la Tronchaye. Si. Nuestra Señora del Tronco. Has leído bien. Tan curioso nombre le viene porque al parecer, tras las invasiones normandas, un sacerdote escondió en el tronco de un árbol la imagen de una virgen amamantando al Niño. Y tras ser encontrada por una pastora se construyó la iglesia en su lugar. Allá por el siglo X.
Por supuesto entramos a verla. (A estas altura empiezo a sospechar que en alguna vida anterior o fui religiosa o todo lo contrario. O vete tu a saber. Pero no hay iglesia que se nos cruce que no entremos. Nos atraen como la luz a las luciérnagas). Nos llama mucha la atención la claridad que hay dentro de las iglesias. Supongo que la cantidad de enormes vidrieras que suelen tener ayuda a que entre esa claridad.
De la iglesia nos vamos al Castillo. Las avellanas garrapiñadas han pasado a ser un dulce recuerdo. El Castillo se encuentra en lo alto del pueblo. La entrada al castillo se hace por un camino custodiado por grandes árboles.
Entramos. Hasta el fondo. Donde está el castillo, con su pozo. Faltaría más. Pero antes de llegar hasta él damos una vuelta por su parque. Nos acercamos a la pequeña ermita que estoicamente aguanta el paso del tiempo.
Nos asomamos a la muralla desde donde tenemos una buena vista de los tejados de pizarra de Rochefort en Terre. Y de repente una melodía. Escucha!!. Son voces de algún coro que está cantando. No llegamos a escuchar bien la letra. Pero esa melodía…nos es familiar. No puede ser!.
Convencidos de que la melodía que hemos escuchado es la de Txoria Txori regresamos al centro de Rochefort en Terre tarareándola.
Ya va siendo hora de regresar a nuestro hotel. Un último vistazo al pueblo y nos vamos de nuevo hacia el coche. En algun sitio pararemos a cenar unas crepes. O galettes. Fijo!.
Dinan. La calle más escarpada de toda Bretaña
A Dinan llegamos de chiripa. Fue de las últimas en añadirse a la ruta que habíamos planificado. Incluso el día que tocaba visitarla se nos hizo tarde y paramos porque nos pillaba de paso al hotel. Veníamos de visitar Saint Malo y estábamos ya un poco saturados. Pero un conocido nos había insistido en visitarla. Y menos mal que le hicimos caso!.
Llegamos a Dinan pasadas ya las siete de la tarde. Una suerte porque ya no había que pagar el estacionamiento. Aparcamos en la zona alta del pueblo, cerca de la plaza de la Resistencia. De buscar la oficina de turismo ni hablar. A esas horas estaría cerrada. En mi “chuletarío” llevaba apuntada una calle. Imprescindible recorerla. La calle Jerzual. Se nos hacía tarde y no había tiempo para visitar nada más de Dinan.
Lo que no sabía era que había que estar en forma para bajar la calle. Menuda pendiente!. Nos lo pensamos un poco. Pero ya que estábamos…Y comenzamos a descender. Aquí si que parecía que nos hubiéramos colado en algún cuento!!. Toda la calle empedrada. Las casas con entramados de madera. Los tejados de pizarra y puntiagudos. Nos costó bajarla porque cada paso que dábamos encontrábamos algo que fotografiar.
En ella también hay unos cuantos talleres de artesanos que por la hora que era ya habían cerrado. Una mirada rápida a través de los cristales, para ver que se cuece en ellos. Algún pequeño restaurante que poco a poco se iba llenando (no nos acostumbramos a cenar tan pronto!) y la calle que sigue bajando. Y gente que va subiendo. Despacio. Muy despacio. Ya nos tocará luego!.
Y así, sin darnos casi cuenta llegamos al final de la calle. Sorpresa!. Estamos en un pequeño puerto deportivo. Precioso!. Con las típicas casas apiñadas a la orilla del rio Rance. Y con unos cuantos restaurantes en los bajos de las mismas. Y de espaldas el Acueducto.
Empieza a oscurecer. Poco a poco. Mejor vamos pensando en volver a subir la calle Jerzual. Ya estoy agotada y aún no hemos iniciado la ascensión!. Que tal si nos avituallamos en uno de los restaurantes que hay al comienzo de la subida?. Hemos visto un italiano muy cuco y que tiene muy buena pinta.
Listos para atacar la subida!. Poco a poco desandamos la calle. Ya ha anochecido. Apenas quedan turistas que se aventuren a bajar. Llegamos al incio de la Jerzual. Y nos encontramos con otra agradable sorpresa.
Un punto y final perfecto para nuestra ruta por Bretaña. Mañana madrugamos para poner rumbo a Normandía. Antes, parada obligatoria en Mont Saint Michel.
Pero Normandía es ya otra historia.