Ir a Belem (Lisboa) y no probar los pasteles de nata es como ir a París y no subir a la torre Eifel. O visitar Bilbao y no acercarse a conocer a Puppy.
Es más. Ir a Belem y no sentarse en su vetusta cafetería a tomarse un café saboreando un crujiente y calentito pastelito de nata espolvoreado con canela y azúcar… no tiene perdón. Te guste o no el café o el pastel.
Y como no es el caso, nos gusta tanto lo uno como lo otro, y como somos muy de cumplir con la tradición… pues allá que nos fuimos.
No tiene pérdida. Basta con fijarse de dónde viene la gente con la bolsita blanca en la mano. Y si no, buscar una cola inmensa de gente. Y si esas indicaciones no son suficientes, localizar dónde está el Monasterio de los Jerónimos (impresionante), ponerte de frente a él y según se mira… a su derecha. Cruzar una calle y ahí está la afamada “Casa pasteis de Belem”.
Y comenzamos el ritual. Ponerse a la cola, no demasiado larga tal vez por la hora que era, comprar media docenita de los susodichos pasteles, esperar a que te los entreguen cuidadosamente metidos en unas cajitas alargadas blancas y que te den la bolsita blanca con la compra. Lo siguiente, tomarse el café en su cafetería saboreando un pastel de nata recién hecho (de los que hemos comprado no, que esos son para llevar a casa).
Por el mismo mostrador donde nos han dado los pasteles se accede a la cafetería. A primera vista engaña. Parece un local pequeño, pero en cuanto das dos pasos te das cuentas de que es enorme. Tiene un montón de salas donde los camareros van y vienen con las bandejas llenas de cafés y de pastelitos.
Nosotros encontramos una mesa casi a la entrada. Desde ahí, y mientras esperábamos nuestros “café com leite, garoto y pasteis de nata” pudimos ver que se trata de una pastelería de época muy bien conservada, con las paredes llenas de los típicos azulejos azules portugueses y con vitrinas repartidas por varios sitios que guardan utensilios de la época.
Y en esas estábamos cuando llegó nuestro camarero con el pedido. El resto ya es subjetivo. Lo mejor es que vayáis y los probéis allí, in situ. Doy fe de que a mí no me supo igual el que me comí allí que el que luego me comí en casa.