Roma en tres días. Domingo
Domingo, 1 de junio
Como el día anterior, a las 9.30 estamos todas en la recepción del hotel. Hoy parece que vamos a tener calor. Decidimos desayunar en la misma cafetería de ayer. La mujer ya nos conoce así que hoy la cosa irá más rápida. Pero al llegar nos encontramos con la cafetería cerrada. Ay madre, a ver si la estresamos demasiado ayer a la buena mujer y ha tenido que cerrar… Pues nada, media vuelta y a buscar otro sitio. Unos cuantos metros más adelante encontramos otra cafetería. En ésta, la cosa fluye más rápida. Vamos a tiro hecho. Capuchinos y leche con “chocolato”. Y cornetos y bombas. Nada de zumo. La cuenta, esta vez, sube a unos 17 euros.
Mientras desayunamos planificamos las visitas de hoy. Lo único que tengo claro es que hoy vemos el Coliseo. A partir de ahí…donde el mapa y los pies nos lleven. Tenemos que volver hacia atrás para coger el bus 80 que nos acerca al Coliseo. Toca andar. Y con el calor que hace!. Por fin encontramos la parada. A esperar. Veinte minutos más tarde aparece el bus. Hasta las cartolas de gente. Hay que entrar empujando o nos quedamos en tierra. Validar hoy es misión imposible. Arranca el autobús. Y nos vamos todos hacia atrás. Ahora frena. Y todos para adelante. Tomamos una curva. Y doy gracias de ir agarrada, sino ya me habría “esnucado” contra alguna ventana del bus. Qué manera de conducir!, como si no hubiera a haber un mañana!.
Llegamos a nuestra parada, la del Circo Máximo. Me duelen los brazos y las piernas de sujetarme. Y empieza la discusión. Que ésta no era la parada… Que el Coliseo está más lejos… Que no, que nos lo hemos pasado… Que mira que eso que está ahí tiene que ser el Palatino… Que va a ser eso el Palatino!… Que eso es el Circo… Mejor seguimos a la gente… y volvemos a confiar en el mapa.
Llegamos al Palatino y los Foros. Hay que ponerse en la cola. No queda otra si queremos ver también el Coliseo. En los foros leo que si no quieres pasarte horas en la cola del Coliseo la mejor opción es sacarla aquí, en el Palatino. La cola avanza rápida. Un simpático hindú intenta vendernos unos gorros. El sol aprieta bien. Nos pregunta que de dónde somos. De Bilbao. Cara de no situarnos en el mapa. De Euskadi. Basque Country. Sigue perdido el hombre. Guggenheim. Athletic. Nada. Intenta volver a vendernos sus sombreros. No, en Bilbao mucho sol. Mucho calor. Acostumbradas al sol. El que tenemos delante en la cola se lo está pasando pipa con la conversación. De Bilbao?, vuelve a preguntar el hindú. Sí. Y volvemos a repetirle lo mismo. El hindú desiste y continua avanzando por la cola vendiendo sus gorros. Casi hemos llegado a la ventanilla. El hindú está de vuelta en la cola. Hace el amago de intentar vendernos los sombreros. Pero nos reconoce y sigue su camino por el resto de la fila.
Ya estamos en la ventanilla. Sacamos entrada para ver el Palatino y los Foros imperiales y cogemos una visita guiada al Coliseo. Comenzamos la visita por el Palatino. Antigua residencia de los emperadores romanos. El sol cada vez pega más fuerte. Menos mal que hay bastantes sombras. Entre ruina y ruina, de vez en cuando nos sorprende un jardín.
Dejamos atrás el Arco de Tito y nos adentramos en los Foros imperiales. La ruinas que se conservan nos dan una idea de lo grandioso que fue el Imperio Romano. No hay mucho tiempo para detenerse a admirarlo. Deberíamos haber cogido una visita guiada. Llevamos ya el tiempo pegado a los talones. El Coliseo nos aguarda.
Tomamos la Via de los Foros Imperiales y desembocamos en el Coliseo. Colosal. Majestuoso. Grandioso. Casi como la cola que hay para entrar. Con las entradas en la mano, nos adentramos dentro del “coloso”. Avanzamos a buen ritmo metros y metros. Mientras, la gente en la cola nos sigue con la mirada. Una suerte haber sacado las entradas en el Palatino!. Llegamos al punto de encuentro con la guía. Es aún pronto. Aprovechamos para sentarnos y descansar un rato. Se hace raro estar ahí. Siglos de historia nos rodean. Se agradece el fresquito que hace. (El resto de la semana, me acordaré de la corriente del Coliseo). A la hora convenida, llega nuestra guía. Reparte unos “chismes” para que podamos escucharla sin problemas y comienza la visita. Cuarenta y cinco minutos desgranando la historia del Coliseo. Me quedo con un dato. Si un nuevo terremoto sacude Roma, El Coliseo no aguantará. Como siempre, gentileza del ser humano. Termina la visita. Se nos ha hecho corta. Antes, la guía nos deja esta predicción del historiador Beda el Venerable (S.VIII): «Mientras siga en pie el Coliseo, seguirá en pie Roma. Cuando caiga el Coliseo, caerá Roma. Cuando caiga Roma, caerá el mundo». Pero nosotras… ya hemos visto el Coliseo.
Dejamos atrás el Coliseo. Se nos plantea un nuevo dilema. San Clemente, con sus ruinas subterráneas o San Pietro in Víncoli con su Moises de Miguel Angel. Gana, por mayoría, San Pedro. Pero antes hay que comer, que son las 16.00 y tanta visita nos ha abierto el apetito. De camino, encontramos una terrazita, Bar del Mosé. Los precios que anuncian nos parecen correctos. No hay ni trampa ni cartón. La pizza Capricciosa de chuparse los dedos.
Seguimos buscando a San Pedro in víncoli. Apenas hemos andado unos metros cuando aparece. No parece una iglesia. Se me antoja más los bajos de algún local de alguna asociación. Entramos. Dentro nos espera el Moises. No defrauda. En el altar, en una urna, están las cadenas que apresaron a San Pedro durante su tortura. O eso dice la leyenda.
Y ahora… a Santa María la Mayor. Volvemos a echar mano del mapa. Por un pasadizo descendemos hacia la Via Leonina. Seguimos bajando escaleras. “Uy, que me parece que por aquí no era”. Cómo?. Y volver a subir todo éso?. Dos días pateando las calles de Roma no dejan lugar a la discusión. Tira “palante”, que a algún lugar saldremos. Y tiramos calle a delante. De casualidad nos encontramos con un mercado artesanal. Mercato Monti. Ni nos lo pensamos. Todas para dentro. Muchos puestecitos vendiendo productos artesanales. Provechamos para hacer alguna compra. Entre tanto puesto de italiano, nos topamos con una asturiana, de Oviedo, Nuria Pozas. Se alegra de poder tener una conversación en castellano. Nos dice que añora el “orbayo” de su tierra. Compramos alguna cosita en su puesto, Limaylimone, y nos despedimos. Antes le prometo hacerme fan de su página.
Reanudamos nuestra búsqueda de Santa María. Esta vez el mapa nos guía hacia ella sin problemas. Toda una señora basílica!. La tenemos que bordear para encontrar el acceso a su interior. Supongo que el cansancio empieza a hacer mella. Apenas un vistazo rápido y estamos en la calle. Y ahora qué toca?. Más iglesias no por favor!. Cualquiera dice para visitar Santa María de los Angeles!. Decidimos tirar hacia la Piazza de la República, que de paso nos acerca un poco al hotel. Y a otro sitio…
Por el camino un nuevo alto para comprar regalos. Mientras el dependiente nos los envuelve, nos pregunta que de dónde somos. De Bilbao. Sabe dónde está?. Si. Va a ver independencia?. Anda!. Pues sí que sabe el hombre situarnos. Salimos de la tienda.
Afuera, nos esperan comiendo unos helados. Nos dan envidia y entramos también a por otros. Qué buenos!. Yo me pido de tartufo y plátano. Con este calor entran fenomenal!. Y así, relamiendo el helado, llegamos hasta la Piazza de la República. Uy, qué casualidad!. Si tenemos aquí la iglesia de Santa María de los Angeles. Pues ya que estamos… habrá que entrar. Y entramos. Y menos mal que entramos. Ni basílica de San Pedro, ni San Pietro in Víncoli, ni Santa María la Mayor, ni Santa María de Trastevere. Yo me quedo con ésta. Cómo engaña por fuera!. Es… gigantesca!. Enorme!. Amplia. Luminosa. Te sientes liliputiense dentro de ella. Sorprende sus enormes columnas de marmol. No podemos disfrutarla todo lo que queremos. Hay un oficio en ese momento. En castellano. Salimos.
Se va acercando la hora de decir “arrivederci” a Roma. Pero antes, una última mirada a la Fontana di Trevi. Que ahora estará iluminada. Bajamos la Via Venetto, repleta de hoteles de lujo. Con sus terrazas preparadas para acoger a sus selectos clientes. Continuamos bajando.
Antes de acercarnos a la Fontana, un pequeño tentempie. Que hace hambre. Y llegamos a la Fontana. Gente. Gente. Y más gente. Imposible ver nada. Ni del lado izquierdo ni del derecho. De frente, ni intentarlo. Media vuelta. A buscar un par de taxis que nos lleven de vuelta al hotel. Pero… se cruzan en nuestro camino un par de tiendas más. Hay que hacer los últimos regalos ya. Unas esperamos fuera, contando los minutos para irnos a descansar; otras entran y salen cruzando la calle de un lado para otro. Ya. Ya está. Todo listo. Nos vamos. Un momento. Falta una. Estará en la tienda de los chinos!. “Voy a buscarla, que se habrá distraído con cualquier cosa”. Esperamos. Regresa. Pero sólo una. Ahí no está. “Pero no iba contigo?”. “Conmigo?. No sé. Yo iba a lo mío”. Empiezan los nervios. A ver si está en esta otra tienda. Nada. Tampoco. Pero si yo la he visto entrar en esta tienda, la de los chinos!. Nadie la ha visto salir. Ay madre, que alguna mafia china nos la ha raptado!. Volvemos a entrar en cada una de las tiendas. Ni rastro. Y cada vez más nervios. “Yo voy calle abajo, a ver si no nos ha visto y ha tirado para adelante”. Y yo voy hacia la Fontana, a ver si está por allí. Y allí está. Qué alivio!. Por esta vez, la mafia china se ha quedado al margen. Aclarado lo que ha pasado y recompuestas del susto, cogemos un taxi y nos vamos al hotel.
Ahora queda recoger las cosas y volver a hacer la maleta. Mañana a las nueve hay que estar todas abajo. A las nueve y cuarto nos recogen para llevarnos al aeropuerto.
Un último vistazo, desde la terraza de la habitación, a Villa Albani. Cerramos la maleta y …luces fuera.