Domingo. Después del día de perros de ayer, parece que hoy la lluvia se ha tomado un respiro. Excusa perfecta para organizar una pequeña ruta. Hace tiempo que queremos visitar el Bosque de las Secuoyas, en Cantabria. Así que busco algo de información por San Google y a las 12 ponemos rumbo a Cabezón de la Sal. De reojo, vamos miramos a los nubarrones que nos siguen. Y cruzamos los dedos para que no suelten ni una gota de agua!. A ver si nos van a chafar la excursión.
Llegamos a Cabezón de la Sal. El bosque no debe andar lejos. O eso dice la GPSa. Son ya casi las dos de la tarde. Y el hambre aprieta. Decidimos que mejor antes comemos y luego ya buscaremos el bosque. El pueblo no tiene mala pinta.
Pasamos por delante de un café bistró con un intenso color azul. Ya sabemos dónde nos vamos a tomar el cafecito. Llegamos a la plaza del pueblo.
Allí hay unos cuantos restaurantes. Entramos en el primero al que nos asomamos. Tienen menú del día, hamburguesas, bocadillos, platos combinados… suficiente!!. Nos sentamos en una mesa cerca de la ventana. Con vistas a la plaza. Y pedimos un plato combinado cada uno. Algo más de siete euros el plato. El mío con patatas fritas, un par de huevos, rabas y dos croquetas. A la mierda la operación bikini!!. No pedimos café. Esos, para el bistró que hemos visto.
Y hacia allí nos vamos una vez dada buena cuenta de los platos combinados. Pero antes, un pequeño recorrido por el pueblo. Paseamos sin un rumbo fijo. Entramos por una calle y salimos por otra. Nos llaman la atención las edificaciones. Luego he sabido que Cabezón de la Sal tiene un rico patrimonio histórico-artístico. Además de ser lugar de paso de la ruta de los foramontanos. Lástima no haber tenido tiempo suficiente para visitarlo como se merece.
Hora de volver al coche. Pero antes, una parada en el café bistró La Rosa Azul que vimos cuando entramos en el pueblo. El sitio está muy mono y coqueto. Acogedor. También sirven comidas. Y en verano, se tiene que estar muy bien en la terracita que tiene.
La chica que está detrás de la barra, y que tiene pinta de ser la dueña, encantadora. Nos hace de fotógrafa. Hubo un tiempo en que se dedicaba a hacer reportajes fotográficos. Ahora, el bistró no le permite dedicarle tiempo a la foto.
Nos sentamos en un pequeño rinconcito del local. Los cafés, para nuestra sorpresa, muy buenos. También tienen tartas. Caseras. No podemos evitar la tentación y pedimos una ración de la de la abuela. Riquísima. Nos quedamos con ganas de probar la de cerveza negra. Hecha por la chica de detrás de la barra.
Va siendo hora de buscar el bosque. En el coche le indicamos a la GPSa que nos lleve hasta el Bosque de las Secuoyas. A la salida del pueblo, nos lleva dirección Treceño. A mitad de camino nos desvía. Y nos deja en un cruce. A la derecha una valla impide el paso de vehículos. A la izquierda un camino forestal. No pinta muy bien. Nos adelantan un par de ciclistas con bicis de montaña. Les seguimos. Por aquí no se ve ni una secuoya. Mejor damos la vuelta… Y volvemos a indicarles a nuestra GPSa que queremos ir al bosque de secuoyas. Ahora sí. Parece que esta vez nos ha entendido y nos va a llevar. Cruzamos Treceño. Y nos desvía hacia un pueblo. Qué raro!. Subimos. Y bajamos. Estamos de nuevo en la carretera de Treceño. Dirección a Cabezón de la Sal. Y vuelta a desviarnos hacia la pista forestal que habíamos dejado antes. Mira que es cabezona la GPSa!!.
Damos por perdida la visita al bosque. Otra vez será. Decidimos acercarnos hasta Comillas. Volvemos a Cabezón de la Sal y allí, en la rotonda, cogemos dirección Comillas. Y…sorpresa!. A pocos kilómetros de Cabezón…el Bosque de Secuoyas!!. Hay que ir un poco despacio porque si no es fácil pasárselo. A mano izquierda hay un pequeño parking y enseguida se ve la pasarela de madera que te adentra en el bosque.
No hay sitio para aparcar. El parking es minúsculo. Decidimos continuar un poco más adelante, hacia el otro parking, algo más grande. Toca bajar andando hasta la entrada del bosque. Es medio kilómetro por la carretera pero se hace bien.
Llegamos a la pasarela. Nos adentramos en el bosque y empezamos a ver las secuoyas. Altas altísimas. Algunas alcanzan los 36 metros de altura. De momento, éstas no tienen demasiado grosor. Llegamos al final de la pasarela.
A partir de aquí pisamos ya suelo. Mullidito. Seguimos bajando entre secuoyas, hasta que en el lado izquierdo del sendero vemos unas escaleras de madera mimetizadas con el entorno. Si no te vas fijando, te las pasas.
El sitio es espectacular. Algún que otro rayo de sol se cuela entre tanto árbol. Llegamos al final de las escaleras. Aquí es donde están las secuoyas más viejas y espectaculares. Nos hacemos la foto de rigor. Se necesitarían casi tres personas para bordearlas con los brazos.
Regresamos. Esta vez tomamos un sendero que hay a la izquierda de las escaleras según bajamos. El camino nos va subiendo poco a poco. De vez en cuando algún tramo de escaleras de madera para ayudarnos en el ascenso.
Vamos disfrutando de las vistas. Y del paseo. Casi sin darnos cuentas estamos arriba. Donde termina la pasarela de madera. El banco que hay situado ahí nos viene de perlas. Unas cuantas fotos y para el coche.
Dejamos el Bosque de Secuoyas. Declarado Monumento Nacional en el 2003. Hemos decidido acercarnos hasta Santillana del Mar. Antes pasamos por Cóbreces. Inconfundible con su peculiar iglesia de color rojo y su abadía de color azul. Un poco más adelante está Toñanes. Nos desviamos y entramos en el pueblo. Seguimos los carteles pequeñitos en los que se lee Molino del Bolao. Hasta que ya no podemos seguir más con el coche. Toca ir a patita un rato. Poco rato. Cruzamos una campa. Dos vacas nos miran con curiosidad.
Seguimos andando hasta llegar a un banco de madera. Al borde del acantilado. No se me ocurre mejor sitio donde poner un banco para sentarse. Las vistas increíbles. A la izquierda un viejo molino derruido con una pequeña cascada. De frente los acantilados de La Molina. Una pared vertical contra la que chocan las olas. Y a la derecha el Cantábrico.
Hay que volver. Desandamos lo andado. Volvemos a cruzarnos con las dos vacas. Nos vuelven a mirar. Ya en el coche ponemos rumbo a Santillana. Allí, un paseo por el pueblo y un último cafecito antes de volvernos.