Recuerdo haber leído, no hace mucho, algo sobre unas votaciones en Homeaway para elegir 7 maravillas rurales de España. Y, casualmente, entre todos los pueblos a los que se podía dar el voto uno de ellos era Mundaka. A tiro de piedra de casa!. Que si lo mencionan en este ranking…por algo será!. Así que ..no se hable más!. En cuanto tengamos ocasión nos daremos un paseo por Mundaka.
Y un sábado de comienzos de octubre, de esos que aún se resisten a entrar en otoño, nos cogimos el coche, a nuestra GPSa y la cámara de fotos. Y pusimos rumbo a Mundaka. Que vale, no iba a ser la primera vez que íbamos, pero sí la primera que nos íbamos a estar todo el día de paseo por Mundaka. Sin ver otros pueblos de los alrededores. Sin hacer ninguna ruta. Sólo Mundaka.
Nuestra GPSa decidió que la ruta más corta, a tan solo 40 minutos de Bilbao, era la que nos llevaba por Mungía, que igual no es tan espectacular como la de la costa, pero tampoco desmerece en nada. Siempre podemos detenernos en Gernika. Que tiene mucho para contar y para ver. O hacer un alto en el camino, antes de llegar a las playas de Laga y Laida, y asomarnos al Urdaibai, declarado por la Unesco Reserva de la Biosfera. Ahí es nada!
La ermita de Santa Katalina.
Nosotros hicimos el camino del tirón. Queríamos llegar cuanto antes. Nuestro primer objetivo era visitar la ermita de Santa Katalina.
Aparcamos el coche a la entrada de Mundaka. Muy cerca de la ermita. O eso nos pareció. Porque resultó que había un pequeño paseo hasta llegar a ella. En este paseo hay unos curiosos miradores que hacen de marco al paisaje que desde allí se ve. La isla de Izaro, la propia ermita y hasta el Cabo de Ogoño. Un rato sentados en los bancos que hay en ellos, sin nada que hacer, salvo disfrutar de las vistas, es algo que te reconcilia con el mundo.
Seguimos nuestro camino pegaditos a los acantilados, pasando por delante de la cafetería del polideportivo y tomando una pequeña estrada que te lleva hasta la mismísima campa donde está la ermita de Santa Katalina. Dicen, que junto con la de San Telmo en Zumaia y la de San Juan de Gaztelugatxe, ocupa el Top 3 de las ermitas más bonitas de Euskadi. Bonita no lo sé. A mi me parece majestuosa y sencilla a la vez. Tal vez la ubicación ayude a esa impresión. Situada en un pequeño promontorio. Rodeada de una campa verde. Y asomada al cantábrico. La estampa que ofrece no puede ser más espectacular.
Cuenta su historia que ha sido lugar de reunión de la cofradía de pescadores, que ha acogido entre sus paredes a enfermos de epidemias o que incluso se ha utilizado como polvorín para proveer de munición a la fortificación que en su momento había cerquita. Y seguramente los muros de piedra que aún se ven a su alrededor serían de esa fortificación. Ahora, allí se han instalado unas mesas con bancos y algún juego infantil. Perfecto para pasar un buen rato con la familia.
Para ver el interior de la ermita hay que subir unas escaleras de piedra. Y a través de una pequeña ventanita enrejada que hay en su puerta podemos ver su interior. Me llama la atención la claridad que tiene. Y un cristo crucificado que hay de frente. Google me dice que se trata de un cristo del siglo XV y de origen hispano flamenco. Junto con él, más tallas de santos y santas. Una de ellas, la de Santa Catalina, como no podía ser.
Callejeando por Mundaka
Se acerca la hora del cafecito. Dejamos Santa Katalina y nos vamos hacia el pueblo dando un pequeño paseo. Una delicia para la vista. Y para el alma. Qué tranquilidad se respira. Que no haya una horda de visitantes pululando por los alrededores ayuda bastante. Eso… y la vista del mar, de los montes y de la escarpada costa Cantábrica. Sin olvidarnos de la cantidad de surfistas que hay en el agua, supongo que esperando a la famosa ola izquierda.
Con lo fría que tiene que estar ese agua!!. No como hace unos 100 millones de años, cuando éste era un mar tranquilo y cálido donde se disfrutaba de unas condiciones climáticas tropicales…o eso cuentan las lumaquelas que hay en esta zona y que se pueden visitar con guía.
Las lumaquelas o calizas conchíferas o calizas fosiliferas están formadas por la acumulación de conchas o caparazones de animales marinos. Son rocas organógenas, esto quiere decir que están compuestas casi exclusivamente por restos orgánicos.
Seguimos el paseo, acercándonos poco a poco al puerto de Mundaka. Las vistas que tenemos te quitan el aliento!. Los montes al fondo, la ría, la iglesia renacentista de Santa María y la Atalaya. Como primera impresión para adentrarse en esta villa marinera no están nada mal!.
Enseguida llegamos a una pasarela de madera que nos conduce al puerto. Es el corazón de Mundaka. Y tiene todo el encanto de los puertos marineros del cantábrico. Todas las calles de Mundaka desembocan en él. Y, salvando las distancias, hay algo en él que me recuerda a otro puerto, al de Puerto de Vega, en Asturias. Allí mismo hay una pequeña terraza donde tomarse algo. Pertenece al hotel El Puerto. El precio del café, al menos hace un par de años, incluía también las vistas. Nosotros, por si la experiencia se repite, preferimos buscar algún sitio algo más alejado del puerto para tomarnos nuestro café matutino.
Pero antes de llegar a la susodicha terrazita, fijaros en un edificio blanco con soportales. Situado en el mismísimo puerto. Cuentan que fue utilizado como hospital para los peregrinos que hacían el Camino de Santiago, también como cofradía de los pescadores y hasta funcionó como matadero. Una historia que bien podría formar parte de cualquiera de las tramas de los libros que hoy en día guarda en su interior. Porque hoy, este edificio, tiene menesteres más lúdicos que los que tuvo antaño. Es la Biblioteca. Todo un edificio neoclásico.
Un grupo de personas esperan, a pié de escaleras, a una embarcación. Suponemos que algún barco te hará un recorrido por la ria de Mundaka. Dedicidimos que en cuanto veamos la oficina de turismo, entrar a preguntar. De momento, vamos a buscar algún sitio donde tomarnos algo. Y que no sea la terraza del hotel. Dejamos el puerto y nos metemos hacia las calles estrechas y empedradas de Mundaka en busca de una cafetería o de algún bar donde tomarnos algo. Callejeamos un poco hasta dar con uno que nos complace. Un par de cafecitos y algún pintxo, que el cuerpo va pidiendo alimento.
Saciadas sed y hambre continuamos callejeando. Sin rumbo fijo. Pasmos por la plaza Lehendakari Agirre donde está el Ayuntamiento. Un edificio que se construyó gracias a la aportación de dos vecinos de Mundaka que hicieron fortuna en Inglaterra. Y muy cerca, nos encontramos con la Oficina de Turismo. Preguntamos por los viajes en barco por la ría. Estamos dispuestos a hacernos un pequeño recorrido por la ria. Pero nuestras espectativas se van al traste en un abrir y cerrar de ojos. La chica de la oficina nos dice que hay dos barcos que hacen el recorrido pero que hay que contactar con ellos telefónicamente para hacer una reserva y quedar. Y en función de la gente que tengan salen o no salen. Pues nada. Mejor lo organizamos para otra escapada!. Y seguiremos a pié recorriendo las calles de Mundaka.
Parque de la Lamias y de los Atorras
Nos acercamos hasta la iglesia de Santa María, inconfundible con su torre. Y con el frontón pegadito a ella. La idea es entrar y visitarla, porque las veces que hemos estado en Mundaka nunca hemos logrado entrar y verla. Y, al parecer, esta vez tampoco va a ser diferente. Cerrada. Como compensación vemos la entrada a un jardín. En la puerta anuncia “Laminen eta Atorran Parkea” (Parque de las Lamias y de los Atorras). El nombre no es casual. Las lamias y los atorras son los personajes que conforman el carnaval de Mundaka. Los atorras, vestidos de blanco, son los hombres de Mundaka que recorren el pueblo durante la mañana. Y las lamias (seres de la mitología vasca) son las mujeres, que vestidas de negro, con pelo amarillo y un pañuelo de colores, salen al atardecer.
Entramos. Quién sabe si nos encontremos con alguna lamia escondida!. El parque, situado a la sombra de Santa María, es pequeñito y tranquilo. Y se asoma, de nuevo, al Cantábrico. Unos bancos sacados en el muro te piden a gritos que te sientes un rato en ellos y disfrutes de la vista. Y es lo que hacemos.
Paseo de Txorrokopunta
Seguimos el recorrido. Esta vez nuestros pasos nos llevan hacia el paseo de Txorrokopunta. Un muelle lleno de gente tomando el sol y bañándose. Una cuadrilla de chiquillos compiten con ver quién hace el mejor salto al agua. Con lo fría que tiene que estar!. Yo, quizás hace 100 millones de años, no hubiera tenido ningún problema en meterme de un salto, y sin pensarlo, al agua. Que entonces era “tropical”. Ahora, mejor contemplarlo desde la barandilla, como a los toros. Y también, desde esta posición, podemos ver la playa de Laidatxu. Pequeñita. No me imagino, en pleno agosto, el caos para buscar un sitio donde instalar la toalla.
Mirador de La Atalaya
Nuestro último punto a visitar en Mundaka será la Atalaya, el palco perfecto para ver cómo los surfistas intentan coger esa famosa ola que en su día colocó a Mundaka en el mapa mundial. Y allí mismo, volvemos a encontrarnos con la iglesia de Santa María que, desafiante, le da la espalda al mar. Continua cerrada. Muy cerca, un pequeño txiringuito donde sentarse a tomar algo mientras contemplas, de nuevo, el puerto.
Ya sólo nos queda regresar al coche. Desandamos el camino echo a la mañana, cruzando de nuevo la pasarela de madera que nos llevará hasta la Iglesia de Santa Katalina. A nuestras espaladas va quedando Mundaka, cuya leyenda cuenta, que una princesa escocesa exiliada llegó en unos barcos que, para protegerse de una tormenta, se adentraron en la bocanada del Urdaibai y que cuando vieron el agua tan cristalina del puerto natural donde se resguardaron, en comparación con el agua oscura de la ria, la llamaron munda aqua (agua limpia).
Leyenda, mito, historia o realidad. Qué más da!. Lo cierto es que Mundaka bien merece una escapadita. Y si puede ser ahora que mucho mejor. No hay tanta gente como en verano y se disfruta mucho más de todos sus rincones.
Por cierto, Mundaka no quedó como una de las 7 maravillas rurales de España. Pero ni falta que le hace!.